Uno de los puntos de mayor fricción cuando se debate el asunto de Cuba es el que se refiere a las restricciones impuestas a la isla por parte del gobierno de los Estados Unidos. Tender al  aflojamiento  o al endurecimiento de dichas restricciones, con todos los matices imaginables, suele ser la distintiva que producen bandos contrarios, en el exilio, en la oposición interna y en la política hacia Cuba de la mayoría de los países.

Entre los argumentos más escuchados de los partidarios del endurecimiento se encuentra el metafórico, que impugna cualquier signo de distensión alegando que esto significaría proporcionarle oxígeno al régimen.

Desde hace unos días circula una carta (http://www.cubastudygroup.org) dirigida al Congreso de los Estados Unidos, suscrita por una representativa muestra de la sociedad civil cubana, donde se aboga por el incremento de las facilidades para vender alimentos a Cuba y que se permita la visita a nuestro país de turistas norteamericanos.

Como era de esperar el documento ha provocado la irritación de los endurecedores. No pretendo ser imparcial en este tema, entre otras cosas porque soy uno de los 74 firmantes y porque en este país vive toda la familia: mi madre, mi hermana, mis hijos, mi esposa, mis nietas y una enorme cantidad de primos y sobrinas. 

Por muy dura que se ponga la situación ninguno de ellos va a salir a la calle a protagonizar una exposición social y mucho menos si carecen del argumento de que la ineficiencia gubernamental es del principal responsable de sus carencias.  Mientras haya un bloqueo al que acusar, mientras exista la más mínima limitación pública a las potencialidades comerciales, la culpa será del imperialismo, sobre todo si no se aparece por estos  lares ni un solo gringo que nos permita verificar su naturaleza no satánica.

En esta pecera falta el oxígeno y los que se oponen a bombearlo no se percatan de que aquellos a quienes pretenden castigar llevan tanques a sus espaldas o snorkel en sus bocas, no están  enterados de que estos privilegiados tienen el monopolio de cualquier cosa que parezca respirable y lo reparten atendiendo a los méritos entre quienes hacen la fila de los políticamente correctos.

Parece que desconocen que nuestros derechos han sido secuestrados precisamente en nombre de la amenaza de asfixia y para colmo, contrariando su propia lógica, olvidan que una atmósfera en rica en oxígeno favorece el fuego y la explosión.

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Apelando a una frase absolutamente incidental,  los medios oficiales dieron a conocer que la iglesia católica estaba haciendo gestiones a favor de los presos y las damas de blanco. Atendiendo a que la liberación de los prisioneros políticos ha sido la demanda más compartida al gobierno cubano en los últimos años, la noticia merecía titulares más específicos, pero ese es el lenguaje de los que detentan el poder y solo nos queda hacer un esfuerzo por interpretarlo.

Se especula que a partir de esta semana, quizás a partir de hoy, comenzará un movimiento en el que los prisioneros más enfermos serán ingresados en hospitales y aquellos que están en cárceles alejadas de sus hogares serán trasladados a sus respectivas provincias.

No se descuenta que se produzcan “licencias extrapenales” y hasta se habla de auténticas liberaciones. Todo esto como resultado de que, al más alto nivel, los gobernantes eligieron como interlocutores a los representantes de la jerarquía eclesial.

Los cubanos tenemos amargas experiencias históricas relacionadas con discusiones sobre asuntos trascendentales a las que no fueron  invitadas todas las partes implicadas. Los dos ejemplos paradigmáticos fueron:  el  Tratado de París en 1898, en el que 5 norteamericanos y 5 españoles decidieron tras 70 días de discusión el traspaso de nuestra soberanía nacional y el pacto entre la Unión Soviética y los Estados Unidos en 1962, que dio por terminada la presencia de armas nucleares en la isla. En ambos casos los cubanos no fueron invitados.

Sin embargo, hubo personas felices porque terminaban los conflictos y fueron muchos los que aplaudieron los resultados, al interpretar que la cuestión de invitar o no a todas las partes era un asunto de metodología y no un problema de principios.

No tiene mucho sentido especular sobre cuáles hubieran sido los resultados si Juan Gualberto Gómez o Manuel Sanguily  hubieran estado presentes en París, tal vez la República habría sido otra cosa diferente. ¿Y si Raúl Roa y Carlos Rafael Rodríguez hubieran representado a Cuba en las discusiones de 1962? Quizás ya nadie recordaría el bloqueo y en las instalaciones de la base naval de Guantánamo estaría hoy la capital de la provincia.

En estas conversaciones entre obispos y generales se van a obtener resultados positivos. Habrá  alegría en muchos hogares y la presión internacional sobre las autoridades cubanas se reducirá ante “el gesto” gubernamental, pero ¿cuáles serían los resultados si invitaran a otras personas?

Voy a atreverme a decir algunos nombres, sabiendo que otros harían listas diferentes.  ¿Qué tal si sentamos en esa mesa a personas como Dagoberto Valdés, Elizardo Sánchez, Osvaldo Payá, Manuel Cuesta Morúa? ¿Y si las Damas de Blanco eligen a una delegada que las represente? ¿Y si Pedro Argüelles  acude a nombre de los presos?

Aquí si tiene sentido especular, porque no estaríamos jugando con estériles hipótesis sobre el pasado, sino trazando posibilidades reales sobre el futuro de la Nación. Creo que si esa discusión llegara a ocurrir podría concluir con la despenalización de la discrepancia política y nunca más un cubano iría a prisión por expresar sus ideas. Otros gallos cantarían precipitando el amanecer.

Una de las tácticas preferidas por el gobierno cubano para desvirtuar  la inconformidad de sus ciudadanos es presentarla como el fruto de una operación fraguada por el  imperialismo norteamericano y sus secuaces capitalistas en el resto del mundo. De manera que  resulta impensable la existencia de una persona decente que por sí misma se enfrente al sistema. Todo el que se opone obedece órdenes y recibe financiamiento del imperio, carece de ideales y sólo merece ser calificado de traidor al servicio de una potencia extranjera, de vulgar mercenario. Esa es la línea oficial y quien intente desmentirla o matizarla se convierte también en sospechoso.

La otra táctica que de forma  paralela se lleva a cabo para desprestigiar a los opositores es la de criminalizar a las personas inconformes. Demostrar que no se trata de portadores de alguna plataforma política sino de delincuentes comunes, gente de la peor ralea, sin ética ni principios. El ejemplo  más elocuente fue lo que ocurrió en 1980 en el entorno del éxodo del Mariel, cuando el presidente Carter declaró estar dispuesto a recibir con los brazos abiertos a todos los cubanos decididos a abandonar la isla. Se calculó que el número de emigrantes podía ser de tal magnitud que se haría insostenible seguir diciendo que el pueblo apoyaba la revolución.

El comandante había dicho “¡Que se vaya la escoria!” y para demostrar que efectivamente solo lo peor de la población le daba la espalda al proceso revolucionario, se decidió contaminar el río humano que desde todas las provincias del país avanzaba hacia el puerto del Mariel para cruzar el Estrecho de la Florida. Con ese propósito se propaló el rumor de que todo  aquel con antecedentes penales tenía prioridad para salir.

Las cartas de libertad que atestiguaban haber estado preso por cualquier delito salieron de los oscuros cajones, donde permanecían escondidas, para ser mostradas con orgullo en las oficinas habilitadas para el proceso migratorio. El que pudo pagarlo, compró uno de esos expedientes falsificados donde se demostraba  la estirpe delincuencial de ciudadanos que en la vida real nunca habían tenido ni una multa de tránsito. También se dijo que los homosexuales serían privilegiados  y se desató una ola de falso travestismo, donde familias enteras “confesaban” ser unos pervertidos sin freno con tal de obtener la salida.

En una jugada tenida por magistral por sus aduladores, el Máximo Líder tuvo la brillante idea de abrir las prisiones y prácticamente obligar a miles de reclusos a montarse en las embarcaciones fletadas por cubano-americanos que venían a buscar a sus familiares. Finalmente Carter perdió la apuesta y tuvo que cerrar los brazos, pero ya Fidel Castro había podido demostrar a los ojos del mundo la repugnante naturaleza de los que no querían vivir en el paraíso socialista.

Como esos trucos de circo una y otra vez repetidos, cada vez que un opositor adquiere alguna notoriedad se le atribuye un prontuario policial o se le apunta alguna conducta pecaminosa. Los casos de Orlando Zapata Tamayo y Guillermo Fariñas son los más recientes, pero no serán los últimos. En los momentos en que la sociedad civil cubana despierta de su letargo, nuevas formas han salido a la luz, allí están los bibliotecarios y periodistas independientes, las Damas de Blanco, los bloggers. Si hace 30 años se atrevieron a infamar bajo el epíteto de “escoria” a más de cien mil cubanos que abandonaron el país, ¿de qué no serán capaces ahora contra los que pretenden cambiarlo?

Como no tengo la capacidad de pensar como ellos me falta la fantasía para predecir sus acciones, pero me temo que cualquier cosa es posible y para convertir en verdad la mentira que difunden, pueden llegar a poner internet en las prisiones para que los violadores se abran un blog, o prometerle la libertad condicional al peor canalla para que se infiltre en cualquier movimiento cívico. El nuevo río que surge ya no desemboca en la emigración sino en el cambio y contaminarlo a como dé lugar se ha convertido para ellos en una urgente prioridad.

Una de las aseveraciones más repetidas en torno al sistema electoral cubano es que los candidatos no hacen campaña electoral, pues como no representan a ningún partido ni llevan ninguna plataforma, les basta demostrar, exponiendo su biografía, que serán capaces de representar a sus electores.

Según esta hipótesis se sobreentiende que esa señora, que quisiera que el parlamento apruebe una apertura económica que favorezca la creación de pequeñas empresas familiares, deberá votar por el candidato cuya biografía cuenta que cumplió dos misiones internacionalistas, que es licenciado en biología y posee el título de Héroe del Trabajo;  en tanto que el homosexual que quisiera que se autorice el matrimonio entre personas del mismo sexo, elegirá a ese cuadro administrativo de la salud pública, técnico medio en economía que ha participado en todas las campañas de vacunación y lleva doce años como dirigente en la zona de los CDR.

El joven universitario que quisiera ver eliminadas las restricciones migratorias vigentes, sabrá que quien defenderá estas posiciones en las discusiones de la Asamblea del Poder Popular será seguramente la prometedora economista que se desempeña como gerente en una empresa turística de capital mixto, militante del Partido y fundadora de la Federación de Mujeres Cubanas.

Los artífices de la campaña mediática contra la revolución pretenden convencer a los cubanos que, antes de votar, los electores deberían conocer cómo piensan los candidatos sobre los asuntos que eventualmente pudieran ser discutidos en el parlamento; quieren hacerle creer a uno que la lectura de una síntesis  biográfica resulta insuficiente para conocer si el internacionalista es proclive al mercado o a la planificación, que el dirigente de los CDR es homofóbico o tolerante, si la empresaria turística quiere dejar las leyes migratorias como están o si votaría por cambiarlas.

Por eso en nuestras elecciones no hacen falta las campañas electorales, pues todos sabemos que esos que  levantarán la mano para votar a nombre nuestro, no se verán nunca en la situación de desaprobar algo que le hayan propuesto. Si bien es cierto que nosotros no sabemos lo que estos delegados creen sobre uno u otro asunto, no es menos cierto que ellos tampoco conocen lo que pensamos nosotros. ¿Cómo habrían de saberlo?

Ayer domingo leí detenidamente las biografías de los dos candidatos de mi circunscripción. No pude deducir de los datos ofrecidos si alguno de ellos abogaría por liberar a los presos políticos ni si harían algo para favorecer la libertad de expresión y de asociación, entonces regresé a mi casa a esperar otra oportunidad en que pueda votar por alguien que quiera cambiar las cosas.


Algún día quizás valga la pena analizar con todo detenimiento la enorme responsabilidad que tuvieron Pablo Milanés y Silvio Rodríguez en el sostenimiento emocional de ese fenómeno histórico llamado “la revolución cubana”; sobre todo si tenemos en cuenta la escasez de fundamentos teóricos y la pobreza de los resultados materiales que justificarían la filiación al proceso, por convicción o conveniencia. La innegable relación afectiva, dentro y fuera de Cuba, con la utopía socialista solo puede justificarse con la poesía. Y esa la pusieron ellos.

¿Cuánta gente se montó en un camión hacia el trabajo voluntario tarareando el tema “Supón”? ¿Cuántos dispararon en Angola o Etiopía rememorando “la canción del elegido”, aquel que iba matando canallas con su cañón de futuro? ¿Cuántos otros, estremecidos de nostalgia, desistieron de desertar escuchando “Yolanda” o “El breve espacio en que no estás”?

No es que Pablo y Silvio hayan anunciado que fundarán un partido opositor. No se trata de eso. Un político puede hasta mudarse al bando opuesto; pero un poeta no puede cambiarle una coma a su metáfora. Ni una fuga como la del general Rafael del Pino, ni una deserción como la de Alcibíades Hidalgo, ex viceministro de Relaciones Exteriores, pueden provocar, en los ya desechos corazones de toda una generación, el devastador efecto que ocasiona un grado menos de pasión en la voz del poeta.

Lejos están los tiempos de “La nueva escuela” que la tozuda realidad ha obligado a suprimir. Desde que la nación se quedó colgando de los dólares que traían los turistas, las canciones de letra compleja fueron desplazadas por la música trepidante que inundó las discotecas pagadas en divisas. La sincopada pelvis de una jinetera, enfundada en una licra fosforescente, eclipsó groseramente la sonrisa inteligente de aquella muchacha trovadicta que iba a la cama sin costo alguno.

Casi al mismo tiempo en que dejaron de componerse canciones gloriosas, apareció el esperpento de la Mesa Redonda. Randy Alonso ocupó el puesto de Silvio Rodríguez. A veces hasta les veo cierto parecido físico. Hay que tener paciencia. Estoy seguro de que en la Cuba del futuro Silvio y Pablo podrían seguir llenando teatros y vendiendo discos. Lo que mi fantasía no alcanza a vislumbrar es el tipo de circo en el que podría trabajar Randy, aunque esta misma tarde empezara a desdecirse.

imagen tomada de marporcuba.org

Le debo a Pedro Luis Ferrer esta frase: “Nadie sabe el pasado que le espera”. Y me acordé mucho de ella en los días que de forma casualmente simultánea leía El expediente de Timothy Garton Ash (1997) y veía en el noticiero de la televisión las imágenes de los “mitines de repudio” contra las Damas de Blanco.

El libro cuenta la historia de un escritor que tuvo acceso a su expediente  en la Stasi (Seguridad del Estado en la ya extinta RDA) y a través de él conoce los nombres de los informantes que minuciosamente aportaron detalles a las 325 páginas de su carpeta. Lo que se vio en esos días en el noticiero no es necesario aclararlo.

Ninguno de aquellos delatores de los medios intelectuales del Berlín amurallado y socialista podía prever que algún día sus nombres fueran revelados, como probablemente ninguna de las personas que en las calles de La Habana insultaba y escupía a aquellas mujeres tenga en cuenta el hecho de que todas esas imágenes han sido grabadas y serán algún día el contenido testimonial de esos documentales que en el futuro describirán lo que inevitablemente formará parte del pasado.

“Mamá, ayer te vi en la televisión”, le dirán sus hijos y se le quedarán mirando como el que espera una explicación.

En los últimos días de febrero de 2010, se han producido señales muy claras de que no existe la más mínima intención por parte del gobierno de desmonopolizar el control político de la nación. Parecen hechos aislados pero cuesta trabajo no ver el hilo que los enhebra.

Lo más connotado fue la muerte del prisionero Orlando Zapata Tamayo, ocurrida la víspera del segundo aniversario de la asunción a la presidencia del general Raúl Castro.

Dejar morir, permitir que se muera, no hacer algo para impedir la muerte de una persona que está bajo la exclusiva responsabilidad de un establecimiento penitenciario es, en cualquier lugar del mundo, una cosa muy grave. Tan grave, diría yo, como dejar que se mueran de hambre y de frío los pacientes de un hospital psiquiátrico.

Luego, cuando de forma pacífica y civilizada, algunas personas pretendieron firmar un libro de condolencias, éstas fueron brutalmente reprimidas y detenidas en estaciones de policía.

Casi al mismo tiempo la delegación cubana al quinto congreso de la Academia de la Lengua Española anuncia que no asistiría porque habían sido invitadas personas inconvenientes (entiéndase, los escritores Jorge Edward y Mario Vargas Llosa y la bloguera cubana Yoani Sánchez).

En el mismo periódico Granma donde salió la nota de los académicos, se anunció que Cuba no participaría en los Juegos deportivos Centroamericanos a celebrarse en Puerto Rico, debido a que no se habían cumplimentado todas las exigencias de la parte cubana.

En el ínterin la seguridad del estado (¡como tiene gente esa institución!) visitaba para intimidarlos a decenas de ciudadanos que se habían anotado en una iniciativa  llamada “candidatos por el cambio” cuyo propósito es nominar como candidatos a delegados del Poder Popular a hombres y mujeres que sean proclives a introducir los cambios económicos políticos y sociales que se reclaman desde la oposición e incluso desde sectores gubernamentales.

No había terminado febrero y en un evento cinematográfico, conocido como la muestra de jóvenes creadores, se le impidió la entrada a un grupo de jóvenes que son creadores, pero no adictos al gobierno.

Ahora mismo otros opositores, algunos en la cárcel, otros en libertad, han iniciado nuevas huelgas de hambre; en las provincias del interior del país no cesan las detenciones arbitrarias: el departamento de atención a la población del Consejo de Estado no da abasto tramitando quejas; el descontento y la represión, esos inseparables hermanos tan mal llevados, amenazan con elevar su visibilidad.

¿Serán los aquí mencionados, hechos aislados? ¿Serán señales inequívocas de que la revolución es más fuerte que nunca y que la construcción del socialismo avanza con paso seguro? ¿O acaso son indicios de que ya terminaron los tiempos en que nadie escuchaba, nadie veía, nadie comprendía lo que pasaba?

Una de las advertencias amistosas que más reciben aquellos que se pronuncian de forma discrepante es que siempre habrá alguien dispuesto a manipular su opinión. De manera que si un cubano denuncia alguna violación de sus derechos, eso puede ser luego usado para justificar el bloqueo norteamericano, y si uno dice que sería bueno liberar a los presos políticos, eso le da argumentos a la extrema derecha dentro de la Unión Europea para mantener la posición común.

Cuando un economista devela que el país está al borde de la bancarrota le quita el entusiasmo a quienes quisieran invertir en Cuba y si a alguien se le ocurre demostrar que el sistema educacional es un fracaso, que los servicios de salud decrecen a diario y que año tras año ganamos menos competencias deportivas en la arena internacional, eso solo serviría para despojar a la revolución de su prestigio, que es su bien más preciado, pues de él depende la solidaridad internacional lo que a la larga resulta un asunto de seguridad nacional.

Sin entrar a analizar el asunto de quién tiene más culpa, el que comete los errores o el que los divulga, creo que vale la pena preguntar a los amigos que –incluso coincidiendo con nuestras críticas- insisten en hacernos estas advertencias, si nunca han pensado quién manipula su silencio.

¿En cuántas estadísticas aparecen estos silenciosos, formando parte de la mayoría que aprueba la gestión gubernamental? ¿Cuántas veces las autoridades se atreven a apretar las tuercas hasta donde se acaba la rosca justamente porque calculan que el que calla otorga y los que protesten caerán en el saco del enemigo?

La “mordaza-amor” no es otra cosa que una sublimación de la “mordaza-miedo” porque resulta mucho más elegante justificar el silencio con el argumento de la presumible manipulación, que confesar el pánico al probable encarcelamiento.

En nuestro país la realidad es obstinadamente contestataria, pero no porque “ella se lo proponga” sino porque el discurso oficial, emitido desde los medios informativos, desde las instituciones culturales o directamente desde la esfera política está divorciado de ella.

La realidad está allí. Allá afuera, aquí adentro. Es el resultado directo de la gestión de un gobierno que a lo largo de medio siglo ha hecho todo lo imaginable para atribuirse el mérito por los logros y para impedir que desde la sociedad civil, desde la ciudadanía independiente, se lleven a cabo las acciones de reparación de errores, la señalización crítica de los defectos. Para dificultar -en fin- eso que en términos de democracia moderna se llama la participación.

El discurso oficial se reduce a reproducir el espectro fantasioso de lo que debía ser. Presenta lo teóricamente potencial como si fuera inminente; los valores deseados se disfrazan de valores adquiridos; sobrevalora la importancia informativa de resultados productivos, sociales o culturales que no logran convertirse en ventajas mensurables.

Solo se dice lo que “ellos” quieren que “nosotros” escuchemos y para ello se seleccionan de forma predeterminada los testimonios, se aplica un estricto secretismo, con el pretexto de que no se deben lavar los trapos sucios en público y con la primitiva ilusión de que si no se publica es porque no existe o porque carece de importancia.

Las pocas manchas que se le señalan a este sol inmarcesible nunca se muestran como fallas del sistema, sino como accidentes atribuibles a la negligencia humana o a los caprichos de la naturaleza.

Metódicamente se nos intenta persuadir de que fuera de la isla se vive al borde del desastre, mientras aquí dentro marchamos con paso seguro, a pesar de estar bajo la permanente amenaza de un enemigo omnipresente que nunca descansa.

La que no se cansa es la realidad. En un poema poco conocido, Heberto Padilla cuenta la historia de su testarudo abuelo que pretendía cosechar uvas a cualquier precio.

El poeta dedica sus versos no al abuelo, sino a la parra desobediente que el terco viejo isleño no logró hacer parir. Sustantivar la realidad, verbalizarla, adjetivarla y adverbializarla como es debido no es una acción opositora, ni siquiera contestataria, para acudir a un galicismo más o menos aceptado; es en todo caso una responsabilidad cívica o si se prefiere un vómito negro que nos alivia de una triste intoxicación.

Los periodistas independientes y la incipiente blogósfera alternativa cubana cumplen hoy esa misión de forma admirable. El retrato que está haciendo de la situación actual de los cubanos no pretende la amplitud de una foto satelital, suele carecer de datos estadísticos confiables, no hay entrevistas a funcionarios ni documentos revelados.

Cada reportaje y cada post son como una auténtica biopsia de una zona corporal afectada, que siendo fruto de la experiencia individual refleja como ningún otro macro informe el estado de una realidad compartida por la mayoría.

Los nuevos nietos ni siquiera están frente a una vid. Sacuden las ramas de este olmo estéril para demostrar que los abundantes racimos que lo adornan no están dado el jugo que se esperaba, no porque estén verdes o demasiado altos, sino porque son artificiales

atributos

La terea de gobernar un país requiere de especiales circunstancias, lo que en términos muy  generales pudiera denominarse como los atributos del poder. Dichos atributos pudieran separarse en dos grupos: los reservados a la gestión gubernamental propiamente dicho, por ejemplo, auto con chofer, secretarias, despacho privado, guardaespaldas, medios de comunicación, etc. y los que se destinan a hacerle la vida más llevadera a la persona que ejerce el cargo.

Este último aspecto se soluciona en algunos países con la asignación de un salario elevado, mediante el cual, el funcionario en cuestión paga los bienes y servicios que le permitan no tener que preocuparse de otra cosa que no sean sus obligaciones públicas.
En Cuba, que es el único país que conozco bien, los salarios del presidente y los ministros posiblemente sean los más bajos de todo el mundo. Para que estos “abnegados compañeros” puedan dedicarse en cuerpo y alma a sus deberes, el estado les asigna algunas facilidades, entre ellas una vivienda confortable, personal para el trabajo doméstico, suministro paralelo de alimentos, vestuario, efectos electrodomésticos, atención médica especial y otros que varían según el nivel jerárquico.

Si estas personas tuvieran que pagar de su bolsillo estas prebendas que disfrutan, sus salarios ya no podrían ser  los más bajos en una escala internacional. La diferencia entre una y otra forma de retribuir a los funcionarios gubernamentales, con salario elevados o con privilegios, es que la primera es mensurable y públicamente cuestionable. En tanto que la segunda se maneja con la típica discreción de los secretos de estado.

En alguna gaveta sellada con cuños de seguridad se guardan hoy las obscenas especificaciones de estas sinecuras. Sueño con el día en que vean la luz pública y entonces podremos saber a quién le tocaba la bolsita con aceite, pollo y detergente y a quién el jamón serrano y los whiskys importados, a cuáles cargos o grados militares les correspondía una asignación de vitaminas y a cuáles una cuota de viagra.

No es que yo lo sepa, es que tengo derecho a imaginarlo. Basta ver la ferocidad con que defienden sus puestos, la ciega obediencia que muestran a sus jefes, el infinito desprecio que sienten a los que viven sólo de su trabajo y la inconsolable envidia que se les nota cuando ven a otro disfrutando de lo mismo que él porque lo alcanza con su talento.

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Reinaldo Escobar


Reinaldo Escobar (1947)
Periodista, nació y vive en Cuba. Se licenció en Periodismo en la Universidad de La Habana (1971) y trabajó para diferentes publicaciones cubanas. Desde 1989 ejerce como Periodista Independiente y sus articulos se pueden encontrar en diferentes publicaciones europeas y en el Portal desde Cuba.

reinaldoescobar@gmail.com