Una de las aseveraciones más repetidas en torno al sistema electoral cubano es que los candidatos no hacen campaña electoral, pues como no representan a ningún partido ni llevan ninguna plataforma, les basta demostrar, exponiendo su biografía, que serán capaces de representar a sus electores.

Según esta hipótesis se sobreentiende que esa señora, que quisiera que el parlamento apruebe una apertura económica que favorezca la creación de pequeñas empresas familiares, deberá votar por el candidato cuya biografía cuenta que cumplió dos misiones internacionalistas, que es licenciado en biología y posee el título de Héroe del Trabajo;  en tanto que el homosexual que quisiera que se autorice el matrimonio entre personas del mismo sexo, elegirá a ese cuadro administrativo de la salud pública, técnico medio en economía que ha participado en todas las campañas de vacunación y lleva doce años como dirigente en la zona de los CDR.

El joven universitario que quisiera ver eliminadas las restricciones migratorias vigentes, sabrá que quien defenderá estas posiciones en las discusiones de la Asamblea del Poder Popular será seguramente la prometedora economista que se desempeña como gerente en una empresa turística de capital mixto, militante del Partido y fundadora de la Federación de Mujeres Cubanas.

Los artífices de la campaña mediática contra la revolución pretenden convencer a los cubanos que, antes de votar, los electores deberían conocer cómo piensan los candidatos sobre los asuntos que eventualmente pudieran ser discutidos en el parlamento; quieren hacerle creer a uno que la lectura de una síntesis  biográfica resulta insuficiente para conocer si el internacionalista es proclive al mercado o a la planificación, que el dirigente de los CDR es homofóbico o tolerante, si la empresaria turística quiere dejar las leyes migratorias como están o si votaría por cambiarlas.

Por eso en nuestras elecciones no hacen falta las campañas electorales, pues todos sabemos que esos que  levantarán la mano para votar a nombre nuestro, no se verán nunca en la situación de desaprobar algo que le hayan propuesto. Si bien es cierto que nosotros no sabemos lo que estos delegados creen sobre uno u otro asunto, no es menos cierto que ellos tampoco conocen lo que pensamos nosotros. ¿Cómo habrían de saberlo?

Ayer domingo leí detenidamente las biografías de los dos candidatos de mi circunscripción. No pude deducir de los datos ofrecidos si alguno de ellos abogaría por liberar a los presos políticos ni si harían algo para favorecer la libertad de expresión y de asociación, entonces regresé a mi casa a esperar otra oportunidad en que pueda votar por alguien que quiera cambiar las cosas.