No quiero caer en esa manía de viejos que se resume en la frase “yo se los dije” cuando ocurre lo que uno venía advirtiendo: No conforme con haber desperdiciado la oportunidad del 26 de julio, Raúl Castro volvió a quedarse corto en su discurso ante el Parlamento.

Lo anunciado en relación con la ampliación del trabajo por cuenta propia y la flexibilización de la contratación de mano de obra son pasos en la dirección correcta, pero que padecen aún de falta de profundidad y de una desesperante lentitud. ¿Podremos ir a la oficina que se ocupa de esos asuntos  a sacar una licencia de periodista independiente?, ¿podrán las empresas mixtas contratar a su personal sin la imposición del monopolio empleador por parte del estado?.

Era indispensable terminar con la práctica paternalista de tener a ocho personas donde bastaban tres y desde luego que debe ser la idoneidad la primera, si no la única razón para seleccionar a los que cubrirán las plazas, pero hay que enfatizar más detalladamente las presumibles discriminaciones y favoritismos que no pueden entrar en juego a la hora de los despidos.

Con el mayor respeto no creo, como afirma el general presidente que no exista una lucha entre tendencias en la dirección de la revolución. La unidad proclamada es lo que le permite a Raúl Castro invocar un “nosotros” como sujeto impreciso para determinar el ritmo de los cambios, pero justamente en ese ritmo es donde las discrepancias pueden ser más agudas y que pueden llegar a ser antagónicas cuando se sospecha que la rapidez y profundidad que algunos proponen termina necesariamente con el desmonte del socialismo.

Si las opiniones de un ciudadano se alejan de la interpretación de lo que el partido comprende como “los mismos propósitos de justicia social y soberanía nacional” no serán vistas como discrepancias honestas y serán excluidas de cualquier posible diálogo.

Raúl Castro no se dirigió al parlamento como presidente de todos los ciudadanos, sino como el jefe de un bando.  Su nada ociosa reiteración de que “no habrá impunidad para los enemigos de la patria, para quienes intenten poner en peligro nuestra independencia” pone en duda que la tan cacareada unidad  “no es fruto de la falsa unanimidad ni de la simulación oportunista” .

Queda claro, tras la lectura serena de su discurso, que dicha unidad está fundamentada en el pánico a ser señalado con el estigma de traidor a la patria que se le endilga a quienes solo están pidiendo más profundidad y velocidad en los cambios, incluso ¿por qué no? para desmontar un sistema que lo único que ha demostrado es su inviabilidad.

El presidente de todos los ciudadanos estaría en la obligación de garantizar que a ningún cubano, piense como piense, se le prive del derecho de expresarse libremente, en cualquier calle, en cualquier plaza. Por suerte, a diferencia de los que se prestan para integrar la horda de un mitin de repudio, los que opinan diferente a l partido comunista, no se sientan a esperar a que un general les diga que tienen derecho a hacerlo y lo que es mucho mejor, no dependen de que se les dé la orden de ir a manifestarse.